Análisis, por Sergio Tagle Córdoba

Derrota de las encuestas. Buena noticia para una democracia más intensa

Las encuestas fueron las otras perdedoras de las PASO. Esta es una buena noticia porque las encuestas son una de las causas de  la inmovilidad, de quietismo social. Se dijo esto de las encuestas el lunes 14, al otro día de las elecciones. Se lo dijo porque los encuestadores no anticiparon el voto a Milei ni el 30 por ciento de abstención mas voto en blanco. Si hacemos memoria, hace mucho que se dice esto “fallaron las encuestas”. ¿Este será el fracaso definitivo? No. Pero supongamos que la respuesta es “sí, que de ahora en más  las encuestas, como recurso, como insumo principal de la práctica política, entran en declive. ¿Ganamos o perdemos? Me refiero a nosotros los comunes, los que votamos, no los que son votados. También podemos preguntar si gana o pierde la democracia, a propósito de los 40 años. Digo, como afirmación obviamente discutible, que sin encuestas gana la democracia y que ganamos los comunes acierten las encuestas o no. La intensidad democrática de hoy es mucho menos a la de 1983.

A partir de ese año las encuestas empezaron a introducirse en la práctica de la política profesional. Su primer auge fue en los años 90, cuando las lógicas de la empresa reemplazaron o por lo menos impregnaron a las lógicas de la política. Entonces, se trataba de conocer la demanda para ofrecer el producto. La demanda era conocida a través de las encuestas y el producto era el discurso o propuesta programática de los partidos. La lógica del mercado sustituyó a las lógicas de la política. Desde esos años la línea de tiempo de la intensidad democrática tuvo puntos mas altos durante el primer kirchnerismo. Hoy la línea bajó y un síntoma es la abstención electoral. Las encuestas son el dispositivo que impide que emerja algo nuevo y mejor. Nuevo y mejor en un sentido de justicia, de igualdad, de bienestar popular. Las encuestas quieren conocer lo que el pueblo quiere. Subrayo: quieren. Ya vimos que no pueden. Pero aún pudieran, y las pocas veces que sí lo pudieron (los noventa, supongamos), las encuestas son garantía de un presente perpetuo. Las encuestas sondean lo que el pueblo quiere.

El político las lee y ofrece al pueblo lo que el pueblo quiere según las encuestas. Pero el pueblo quiere lo que conoce. Queremos lo que conocemos. No podemos desear lo que desconocemos. Milei es lo conocido dicho en forma exasperada. Lo conocido durante el menemismo. Durante el gobierno de Cambiemos. Por la negativa, también lo conocido durante el gobierno del Frente de Todos. Si esto es progresismo ¿por qué no votar derecha? Esta es una pregunta que fue formulada por lo menos en forma implícita y sabemos cuál fue la respuesta. Lo conocido, desde 1983 hasta hoy, es progresismo, a veces de centro, a veces de centro izquierda, y neoliberalismo. Romper el péndulo entre lo conocido malo o más o menos, y lo conocido peor requiere de una dirigencia política que al menos sugiriera lo que se considera mejor y desconocido. No lógica de mercado, cuál es la demanda, esta es la oferta. Y concebir a los tiempos no electorales como tiempos para librar comillas “batallas culturales”.

Pongo comillas porque el concepto ya está gastado por el uso y porque fue apropiado por las derechas. La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio hablan de “batalla cultural”. Hablan, las practican y van ganando. Les resulta fácil porque el viento sopla en su favor. Pero sabemos (o debiéramos saber) que el viento siempre sopla en favor de los vencedores. Los vencedores de la política y de la historia. Si las encuestas relevan hacia dónde sopla el viento, las encuestas son inútiles para una política que quiera soplar en contra del viento, que quiera soplar en favor de los derrotados de la política y de la historia.  Desde esta perspectiva, dice uno, es buena noticia el creciente desprestigio de las encuestas.

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